En un mundo en constante cambio donde la homogeneidad parece dominar y se ha perdido la capacidad de asombro, se vuelve crucial sorprender. Para lograrlo, es esencial que cada aspecto de nuestra vida personal, marca o empresa, provoque una respuesta sorprendente en los demás, ¡WOW!, que nos diferencie de los demás.
Toda acción genera una reacción, y si ante cualquier situación o circunstancia no provocamos ese ¡WOW! a primera vista, sabemos que no estamos causando un impacto significativo. El objetivo es provocar en los demás un suspiro de asombro y felicidad, acompañado de una radiante sonrisa de oreja a oreja. Si esto no se da, no lograremos ser verdaderamente impactantes ni dejar al espectador completamente atónito.
Siempre que deseemos participar en una actividad, ofrecer algo u obtener una respuesta de los demás, debemos evitar lo convencional y enfocarnos en ofrecer experiencias inolvidables. Necesitamos ganar fanáticos, más que clientes. En mi empresa, esa es la prueba definitiva: si alguien presenta algo y no produce ese asombro en la gente, es porque no ha logrado el efecto deseado y debemos pensar en algo nuevo. El mismo principio aplica cuando queremos lucir un vestido o asistir a una fiesta; si a primera vista no deslumbramos, es porque lo que llevamos no funciona.
